Nancy condesa ha vuelto
a su querido Chinchón a supervisar las obras de su castillo—palacio. ¡Cómo
añoraba su pueblo! En ningún otro sitio se vive tan bien como en Chinchón.
La condesa se dirige al
castillo por la C/Convento. La cuesta es pronunciada y con su elegante vestido
y levita se hace costosa la subida. Ojalá hubiese un autobús para subir hasta
allí, piensa la condesa, podría subir cómodamente y los vecinos podrían también
subir a contemplar las bellas vistas de Chinchón que desde allá se divisan.
Una vez en el castillo, comprueba que las obras
van a buen ritmo y según lo proyectado. Afortunadamente no hay sorpresas ni
sobrecostes. Le insistió mucho al contratista sobre la importancia de no
salirse del presupuesto, ya que no quería desprenderse de ningún otro bien para
poder finalizar la reforma.
La verdad es que la
venta de los campos de almendros al vizconde del Castillo de Almansa, aunque
necesaria para poder reformar su palacio, le pesa en su conciencia y ha puesto
en entredicho la reputación del condado.
Bajando del castillo piensa que es necesario
diversificar sus negocios para evitar que un episodio así se repita. No puede
permitir que su suerte y el nombre del condado dependan solamente de la
benevolencia de las cosechas.
Una vez en el casco
histórico, pasa por la Casa de la Cadena, también de su propiedad. Con todo el
turismo que hay últimamente en Chinchón, podría montar allí un hotel, piensa
para sí. En esta casa se hospedó el mismo rey Felipe V, por lo que podría
comercializarlo con el eslogan: ¡Casa de la Cadena, dormirás como un rey! No
obstante, la cercanía del Parador de Chinchón (justo enfrente) podría suponer
una dura competencia y finalmente descarta la idea.
A continuación Nancy condesa se dirige al
convento de las Clarisas, que fue fundado por sus antepasados los V condes de
Chinchón. Las monjas la reciben con entusiasmo, por ser la condesa una gran
benefactora del convento, y le ofrecen sus deliciosas roscas y magdalenas. ¡Qué
delicia! La condesa, mientras charla con ellas y degusta los dulces, piensa que
podría comprarles sus recetas para montar un horno de mayor tamaño y
comercializarlas por todo el mundo.
No obstante, descarta finalmente su idea tras razonar
que el convento se quedaría sin su principal fuente de ingresos y podría
perjudicar a la congregación a largo plazo.
Antes de abandonar el
convento, la madre superiora la detiene en la entrada y le comenta que uno de
los retablos de la capilla tiene termitas, y que no tienen recursos para
repararlo. Tampoco conocen de ninguna subvención que pueda ayudarlas a mantener
tan preciado patrimonio. La condesa la tranquiliza y le dice que tratará de
buscar una solución.
Tras ello, la condesa
pasa por la bella plaza porticada, orgullo de todos los chinchonenses. Los
vecinos la reciben con vítores, ya que el condado ha hecho mucho por Chinchón a
lo largo de la historia. Varios vecinos se acercan a la condesa y le exponen su
problema: a causa del turismo las calles del municipio están muy sucias, sobre
todo tras los fines de semana. La condesa escucha sus quejas con atención e inquietud.
Un poco mas adelante, de camino a la iglesia,
otros vecinos le comentan la gran cantidad de casas viejas que hay en el casco
histórico que se encuentran en mal estado de conservación y suponen un riesgo
para las personas que transitan las calles. La condesa comparte con ellos su
preocupación.
Y es al pasar frente a
la estatua de su antecesora Francisca Enriquez de Rivera, esposa del cuarto
conde de Chinchón (mujer que importó a España de América la quinina y ayudó así
a curar a muchos enfermos de malaria) cuando descubre su verdadera vocación: la
política le puede ser útil para ayudar a sus vecinos y solucionar sus
problemas. Debería presentarse a las próximas elecciones municipales con su
propio partido.
El transporte público, la ordenación del turismo, la defensa
del patrimonio, el fomento de la conservación de las viviendas y la lucha
contra la despoblación serán sus prioridades.
Ya se imagina cómo será su cartel de campaña.
Con el tirón que tiene entre la gente del pueblo, espera llegar a la alcaldía
y, con el apoyo de sus vecinos, poder ayudar a su querido Chinchón a prosperar.
Así, una vez más, los
destinos de Chinchón y de su condado quedarán entrelazados y la condesa podrá
continuar el legado de sus antepasados de mejorar el bienestar de sus vecinos y
poner a Chinchón en el mapa de los pueblos buenos y bellos de España.