Las pasadas navidades hice una pequeña escapada para desconectar. El objetivo era olvidarme de todo: de los meses de confinamiento vividos, del trabajo, de las labores de casa... e incluso de mis niñas, que tanto tiempo me ocupan.
Pero esta Nancy otoñal se encaprichó en venir conmigo, a pesar de que le avisé que el destino era de montaña y habría que subir cuestas (y yo sabía que ella era algo vaguita).
Primero estuvimos en Guadalest, un pueblito de Alicante con recinto amurallado en lo alto de una montaña, lo que le otorga unas vistas espectaculares.
Está incluido en la lista de pueblos más bonitos de España y también es el pueblo con más museos por población del país.
Allí visitamos el museo de casas de muñecas, que a Nancy Otoño le sorprendió gratamente y nos permitió conocer nuevas viviendas y habitáculos muñequiles.
También visitamos la nobiliaria Casa Orduña y subimos al castillo, ...
... pero Nancy Otoño no paraba de quejarse y sentarse en todas las rocas que encontrábamos a nuestro paso.
Me enfadé bastante por su comportamiento, y tuve que regañarla por ser tan caprichosa, porque ya le avisé antes de salir de casa del tipo de destino al que iríamos.
De vuelta a casa, a fin de calmar los ánimos, la llevé a ver el paseo ecológico de Benissa.
Se trata de una preciosa ruta que discurre entre Benissa y Calpe junto al mar, y permite contemplar preciosas calas y acantilados.
Ahí Nancy Otoño se vino muy arriba, se desmelenó y no hacía más que pedirme que le hiciera fotos aquí y allá, así y asá.
Parecía una top model de los 90 (aunque yo creo que ella lo que quiere ser es instagramer).
Y tras esto, habiendo disfrutado de mar y montaña cual Thelma y Louise, nos dirigimos a casa, reconciliados y satisfechos con la aventura vivida.